viernes, 10 de diciembre de 2010

Pim, Pam, Pum

George miró a Portelli buscando una salida, pero Portelli seguía en lo suyo, más pendiente de pasar a formar parte del pobre y roñoso mobiliario del café que de convertirse en blanco de los matones de la “Donna de Napoli”. Más aún pensaba que si George había hecho algo por lo que pagar, que pagara, a fin de cuentas el que hoy pudiera ser socio no lo hacía de confianza para mañana. Así había sobrevivido 32 años en los bajos fondos y no pensaba cambiar ahora que se le presentaba la enésima oportunidad de dar el golpe de su vida y dejar el mugriento mundo en el que había pasado toda su vida.

Mientras por la cabeza de George pasaban mil y una posibilidades de evasión, sabía que cada segundo que tardara en responder era un segundo más gastado con las tibias en su sitio. Entonces se levantó lentamente, y le susurró a  Maggie lo más seductoramente posible, que no era mucho:

-          “Soy de los que piensan que las rancheras no deben bailarse”

Mientras Portelli dudaba entre reír o llorar, notó como un pequeño objeto le impactaba en sus botas, botas con historia, historia que ahora mismo no viene al caso. Miró hacia abajo y su mala vista le alcanzó a adivinar un llavero con el símbolo de Citröen. No, el no pensaba mezclarse en esta mierda, al menos no con las condiciones acordadas, el riesgo exige un plus.

George se levantó de la mesa y haciendo uso de una galantería extraordinariamente ajena a su condición de maltés, condujo de la mano a Maggie hasta la barra, mientras pedía a Sall otra ronda. Sall sabía que George no era un buen pagador, pero prefería perder unos cuantos euros a pasarse toda la tarde y parte de la noche frotando la sangre reseca del gotelé de la pared, además, 2 asesinatos más en un local no gastan buena prensa, ni siquiera en Nápoles.

“Antuan” Gneta se levantó de su banqueta, y antes de ponerse su gorra y salir por la puerta frotándose su aún dolorida mejilla, comentó algo al oído de uno de los acompañantes de la señora, que rápidamente cambió el semblante y dirigió su mirada hacia Portelli, al que este hecho no paso desapercibido. Portelli  no era consciente de haber hecho algo que hubiera faltado al respeto a “Petto di Polio”, pero sabía que nada de lo que “Antuan” pudiera decir al oído de alguien podría ser motivo de alegría, y a esto había que sumar que el expediente de Portelli no estaba precisamente plagado de méritos a cualquier premio de buena conducta, por lo que posiblemente tendría descontento  a más de uno. Así las cosas cogió las llaves del suelo y sin dar tiempo a reacción alguna salió por la puerta del café.

George pensaba que su esporádico socio había aceptado el trato ayudándole a escapar de rositas de ese local, pero Portelli sólo quería salir de ahí y llegar lo más lejos posible. Nada más cerrar la puerta del café, avanzó rápidamente varios pasos y comenzó a correr, aunque su carrera duró poco, ya que los cientos de docenas de puros que habían pasado por su boca desde su primera comunión habían hecho mella en él y ya no era aquel niño del barrio de Ponticelli que retaba a sus amigos a correr delante de los carabinieri con la mayor cantidad posible de carteras y cámaras de fotos.

George seguía en el antro con Maggie, preguntándose porqué tenía que ser esa mujer precisamente. George no era lo que se dice un triunfador con las mujeres, bueno, no era un triunfador en ninguno de los aspectos, y nunca había deseado serlo, pero con las mujeres era un caso aparte. A pesar de no ser excesivamente desagradable a la vista, sino todo lo contrario, sus roídos vaqueros, con una variedad pictórica de manchas que para su colección querría la Baronesa Thyssen, y los ambientes en los que se movía, donde las féminas carecen de dientes, le hacían más sencillo recurrir a transacciones económicas por valor de 50€ que perder el tiempo intentando engañar a jovencitas. Por eso, la actitud de Maggie no cuadraba por ningún lado.

Cuando Sall se acercaba con otros tantos “cócteles guapos”, George recordó sus jóvenes años de duro defensa central en los descampados de Malta, junto al Estadio nacional, donde forjó su leyenda de tipo duro a base de fémures, pómulos, costillas, dientes y lágrimas, y disimuladamente zancadilleó al barman, que tuvo la mala fortuna de cortarse en la cara con uno de los vasos que llevaba y comenzó a sangrar considerablemente. George, que se volvía loco con la sangre, priorizó su huida sobre las incipientes ganas de sacar el halcón Maltés que llevaba dentro y preparar una escabechina en el café, así que fingiendo preocupación se ofreció a auxiliar a Sall, y comentando a los presentes que necesitaba del uso del botiquín, de un salto pasó al otro lado de la barra, bien conocido por sus aventuras pituitarias recorriendo caminitos blancos a la luz del alba. George abrió la puerta de la cocina, aunque él sabía que el botiquín estaba en el baño. Lamentablemente para la tranquilidad y sosiego de todos nosotros, pero afortunadamente para los amantes de las historias trepidantes, Sall, con la cara rasgada y el mandil tan manchado de sangre que ocultaba ya prácticamente las primas hermanas de las caras de Bélmez que dibujaban las manchas del vinagre de los pepinillos, gritó a George que esa no era la puerta correcta. George miró a los matones por un instante y cerró rápidamente la puerta.

Mientras tanto, fuera, Portelli había recobrado la vida, y ya se había encendido otro puro mientras buscaba la famosa C15 de George. Al encontrarla, vio que la puerta estaba abierta y alguien estaba intentando hacerle un puente a la furgoneta. Portelli, un tío que en cualquier otro momento de cualquier otro día hubiera echado a correr hacia el otro sentido, pero esta vez guiado por la adrenalina del momento, se acercó al ladrón y sin pensárselo dos veces comenzó a darle patadas en las costillas, bueno, en las costillas y en donde pillara, no estaba la situación para ponerse exquisitos, además las mariconadas esas de Karate y Ju Ji Tsu se las dejaba “a los chinos y a las cincuentonas ricas malfolladas”.  

Lamentablemente, la resistencia de Portelli seguía siendo igual de limitada que en la reciente huida, por lo que a la 7ª  patada ya estaba echando el hígado por la boca. Fue entonces cuando identificó al ladrón, Antuan Gneta, que no contento con ser el soplón de media ciudad, hacia sus pinitos como un vulgar ladrón, ya que lo hacía por placer y tampoco quería pasarse veinte años en la cárcel. “Antuan” Gneta, era un joven suizo de unos veintipico años, mas veintimuchos que veintipocos. Quizá su condición de suizo le hacía permanecer neutral a todos los bandos de la ciudad, lo mismo cantaba de unos que de otros. Su verdadero nombre, Antoine, fue un vano intento de su madre de “afrancesarlo”, para alejarlo de sus raíces napolitanas. Antuan, como le conocían en Nápoles, tuvo todo lo que quiso y necesitó durante su infancia, pero ya se sabe que la cabra tira al monte, y a los 16 años decidió que era más de pizza que de chocolate suizo, así que se lanzó a la aventura con una bolsa de supermercado en mano en donde llevaba 2 camisetas limpias, un par de calcetines y sus inseparables peine y bote de gomina, que aún hoy lucía orgulloso por ahí por donde iba. Ahora no lo lucia tan lustroso, ya que gemía entre el embrague y el freno de la C15 con la cara amoratada. Portelli no se lo podía creer, otra vez Antuan jodiéndole.

En esas se abrió repentinamente la puerta de atrás del café Amoroso, y de ella salió George gritando como un loco “Vamos Vamos Vamos” (en realidad dijo “Andiamo, Andiamo, Andiamo” pero este narrador no quiere pecar de estirado) y se lanzó al colchón que llevaba en la parte de atrás, dándose con el camping gas en la cabeza. Portelli y Antuan se le quedaron mirando sin reaccionar, asíque George se puso a gritar palabras inteligibles como un loco. Portelli y Antuan reaccionaron  más por temor a lo que pudiera haber pasado dentro que por la convicción que en ellos despertaban los gritos de George.  Antuan arrancó de la mano de Portelli las llaves y dio el contacto, pero la furgoneta no arrancaba. En esas, volvió a abrirse la puerta, y aparecieron dos de los matones que acompañaban a Maggie. Obviamente no veían a nadie en la acera, así que empezaron a correr por la calle uno hacia cada dirección. El “osete” pasó por al lado de la furgoneta sin reparar en ellos, pero una vez había pasado unos pocos metros, Antuan logró encender el contacto del coche. No fue eso lo que captó la atención del matón, sino el elevado sonido que el destartalado equipo de sonido que la C15 comenzó a emitir, más concretamente el Canon de Pachabel grabado en un casette, antes blanco ahora amarillo, que se había encontrado años atrás cuando aún hacía la ronda por el aeropuerto de La Valleta, ayudando a portear maletas a turistas que desgraciadamente nunca volvían a verlas. Lo que pasó a partir de ahora deberá esperar a otro día, porque es algo que aún hoy en día me revuelve el estómago.

5 comentarios:

  1. Siento los fallos de redaccion y faltas de ortografia, pero ya sabeis que no tengo ordenador y tengo que comprimir mi escaso tiempo .. no he podido releer ni corregir, lo siento!

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  2. Lo he releido un poco y si tengo ordenador luego lo corrijo, lo siento mucho!

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  3. jajaja se entiende de sobra muchacho! dios y yo sin saber q habia actualización!!jajaja me gusta me gusta, ya tengo ganas de leer el siguiente,q pinta interesantisimo tras la última frase =)

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  4. Jajajaja que cabrón no anda que me dejas margen...:P. Por cierto merecía foto el Estadio Nacional de Malta para que la gente sepa de lo que hablamos...

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